Cada
primavera, el “Movi” de Burgos, necesita, ansía, un encuentro con la Virgen.
Este año nos esperaba nuestra madre de Lourdes, lugar tan especialísimo para
nosotros. Pero antes, de camino, hicimos un alto en Loyola, en la profunda Guipúzcoa,
de estrechos e impenetrables valles, de vegetación exuberante y lejanos caseríos. Una hermosa Eucaristía, en una acogedora
capilla y una visita a la basílica de Loyola, fueron los preámbulos, de este
pequeño viaje espiritual que comenzábamos, y en el que san Ignacio parecía
bendecirnos, con la esperanza de recibir muchas Gracias del Señor.
Al
llegar a Lourdes, nos esperaban las hermanas españolas “Del Amor de Dios”,
bonito nombre para una congregación ¿verdad?, para nosotros, ellas resultan entrañables,
sin grandes lujos pero con un trato muy correcto y una comida más que
aceptable.
Cuando entras en el recinto del santuario,
custodiado de manera más que simbólica por las estatuas de los tres arcángeles
san Miguel , san Gabriel y san Rafael. Se palpa un halo de lo espiritual.
Dejamos de forma radical, lo turístico, las tiendas de suvenir religiosos, los
hoteles y restaurantes, abandonamos el mundo y nos invade una realidad de lo
sobrenatural. Percibimos la belleza de las basílicas, que parecen darnos la
bienvenida, rodeado por un fondo de una hermosura natural y paisajística
impactante. Pero más allá de esto que captamos con los sentidos, experimentamos
un respetuoso silencio, difícil de explicar, se siente la oración y la fe de
miles y miles de cristianos que allí acuden al calor de la Madre del cielo. Un
incontable “rio” de enfermos y fieles, de toda raza y cultura, desfilan con sus
antorchas por la explanada del santuario, rezando con emoción, en diversos
idiomas el rosario a la Señora, o acompañan en multitud al Santísimo, procesionando
hasta la basílica subterránea. El corazón se inflama y se experimenta como en
ningún sitio, la catolicidad, o universalidad de nuestra fe. ¡Qué grande es la
iglesia! Todos somos Uno, unidos en el gran corazón de Dios, bajo la atenta y
protectora mirada, de nuestra madre María. Cientos de jóvenes, rezando,
ejerciendo como voluntarios al servicio de los enfermos, nos revela, que el
mundo no está perdido para Dios. Que la iglesia tiene futuro y que jamás
acabará, porque la sustenta y alienta el amor y la fuerza del Espíritu Santo.

Muchas
son las experiencias intimas, personales, que cada uno de nosotros hemos
recibido, en la gruta, en los baños, en las Eucaristías, ante el santísimo o en
el viacrucis. Nos decía nuestro sacerdote Carlos, que todos de alguna manera, éramos
Bernardita o Bernardito en Lourdes. La Virgen ha tomado la iniciativa de
acercarse a nosotros, sonriendo alegre, colocándose al nivel de nuestra
realidad concreta, llamándonos por
nuestro nombre, recordándonos la importancia de servir a los demás, de
que nos importen de veras hasta el sacrificio, de lo importante de la humildad,
del sentido del dolor y de la visión esperanzada del cielo, del que se habla
tan poco. Si, la Madre María nos acompañará siempre, aunque tengamos que sufrir
como Bernardette, pero nos promete insertarnos en el corazón de su Hijo y
transformarnos en Él, porque la Virgen no se queda con nuestro amor hacia ella,
sino que lo proyecta, aumenta y dirige a Dios, Padre, Hijo y Espíritu santo.
¡Gracias
Madre! por esta peregrinación, nos volvemos contentos, alegres, con una gran y
serena paz. Te agradecemos la convivencia fraternal que hemos tenido entre
nosotros, nos llevamos tu cariño y la fragancia espiritual de tu presencia.
¡HASTA PRONTO MADRE!
Antonio Calle Arto
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