A primera hora de la mañana del domingo, en vista del “tiempo
reinante”, nuestro pensamiento era: “tendrían que suspender la convivencia…”
A última hora de la tarde, cuando volvíamos para casa, “a pesar del
frío y de la lluvia”, nuestro pensamiento era, “qué bien que no la
suspendieron”.
Es fácil ver el cambio que se
había producido en tan solo unas horas. La razón es que la convivencia nos
pareció estupenda; tras una acogida natural y cordial, nos sentimos en todo
momento integrados; en ninguno, extraños; y estuvimos cómodos y muy a gusto,
hasta el punto de… “saltar a la comba y todo”; ¡¡hacía años que no lo hacía!!
Los niños también, cada uno a su manera, se ocuparon de animar el ambiente…
Percibimos, además, que nos encontrábamos con un grupo ilusionado, con
un objetivo común y, ¡muy importante! que compartía vida… la vida de sus
componentes. También nos gustó ver que los sacerdotes estaban integrados “como
uno más…”, atentos a todos, sin marcar distancias y sin que nadie las marcase
–a veces los mismos laicos son propensos a hacerlo-.
La celebración de la Eucaristía, sencilla pero sentida, lo mismo que el
rosario; un detalle que nos pareció muy bonito fue el “ir pasando cada
misterio” a otras personas.
La comida estupenda… probamos tropecientas ensaladas todas riquísimas,
sin olvidar el queso y los postres. La lluvia no se olvidó de nosotros en el
paseo de la tarde, pero ahí estaban un par de conductores con la disponibilidad
suficiente para salir en busca de los “náufragos”…
Eso es, a grandes rasgos, lo que nos transmitisteis en
la convivencia de Manciles. GRACIAS A TODOS.
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